GARY COOPER

Gary Cooper, un hombre y un destino
El 13 de mayo de 1961, a los 60 años, moría uno de los actores emblemáticos del Hollywood dorado
MANUEL DE LA FUENTE
Día 15/05/2011 - 07.23h

Pocas veces un hombre de bien ha estado tan pendiente del cruel y agónico tic-tac de un reloj. Pocas veces, un tipo duro, un sheriff de esos que llevaban los pantalones como nadie, estuvo tan atento al fatídico caminar de unas manecillas que le acercaban inexorablemente al encuentro de su solitario y fatal destino. Tic-tac, tic-tac, tic-tac, a las 12 del mediodía llegaría el ferrocarril, y en él varios colt del 45 con seis balas en la recámara con su nombre: Will Kane, alguacil del pequeño pueblo de Hadleyville, en el polvoriento y Lejano Oeste.

Y los espectadores de medio mundo con él, tic-tac, tic-tac, tic-tac, con Gary Cooper, ese tipo desgarbado y larguirucho, sobrio, serio, impenetrable en «Solo ante el peligro», mientras suena «Do not forsake me, my darling» («No me abandones, cariño»). Un cariño que era, nada más y nada menos, que Grace Kelly, con sus blancos y relucientes veintidós añitos, que ya era una princesa aunque quedaran cuatro años para que se casara con Rainiero de Mónaco.

A Cooper, esa película, una metáfora de la caza de brujas, en la que él, convencido anticomunista nunca colaboró, le valió un Oscar. Pero no era el primero. Gary llevaba en Hollywood un cuarto de siglo, desde que pisara las famosas colinas donde la imaginación no conoce límites en 1925. Veintitantos años en los que rodó más de cien películas, a las órdenes de los mejores directores: Von Sternberg, King, Wellman, Fleming, Lubitsch, Hathaway, Vidor, Capra, De Mille, Hawks, Curtiz, Zinneman, Wilder, Aldrich. Y, casi siempre, con la más guapa del baile de su brazo: Gloria Swanson, Lupe Vélez (los ecos de su romance aún resuenan en Beverly Hills), Marlene Dietrich, Carole Lombard, Joan Crawford, Barbara Stanwyck, Ida Lupino, Susan Hayward, Ingrid Bergman, Paulette Goddard, nuestra Sarita Montiel (pedazo de Sara en ««Veracruz»), Audrey Hepburn, Rita Hayworth.

Gary Cooper fue uno de esos tipos que puso cara, porte, estilo y carisma a los años dorados de la Meca del Cine, cuando no había televisores, videoconsolas, móviles, y a soñar se aprendía, por un módico precio, en la sesión doble de un cine de barrio. Con tipos como él delante de una cámara te creías todo. Que pasara por un esforzado fusilero de la Legión Extranjera («Beau Geste»); que un vagabundo se convirtiera de la noche a la mañana en el hombre más popular de los Estados Unidos («Juan Nadie»); que se colgara todas las medallas de Alvin York, el soldado norteamericano más condecorado en la I Guerra Mundial («Sargento York», su primer Oscar); que fuera el mejor con el bate como el jugador de béisbol Lou Gehrig («El orgullo de los Yanquis»); que pudieran dejarle tieso colgado de una soga («El árbol del ahorcado»); o hasta que saludara puño en alto como un comunista de la Brigadas Internacionales en el berenjenal de nuestra Guerra Civil («Por quién doblan las campanas»).

Tic-tac, tic-tac, tic-tac, el último tren se acerca. Gary Cooper, de nuevo solo ante el peligro. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. La bala con su nombre, cáncer, llegó un 13 de mayo de 1961. Ni siquiera la estrella de sheriff de Hadleyville pudo detenerla.

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